En 1983 Freddie Mercury conoció al último gran amor de su vida, un barbero irlandés llamado Jim Hutton. Se vieron por primera vez en un bar gay londinense. Así lo recordaba el propio Jim Hutton en el libro Mercury & Me: "Cuando ocurrió, supongo que iba por mi cuarta cerveza. John Alexander, mi amante por aquel entonces, fue al cuarto de baño y aquel tipo se me acercó. Yo tenía treinta y cuatro años, y él un poco más. Estaba vestido informalmente con jeans y un chaleco blanco y, como yo, llevaba bigote. Era delgado y no el tipo de hombre que yo encontraba atractivo. Prefería los hombres más grandes y toscos. 'Te invito a tomar una copa', me dijo. Yo tenía una lata casi llena y contesté: 'No, gracias'. Después me preguntó qué estaba haciendo esa noche. '¡Fuera!', le dije. '¡Sería mejor que se lo preguntaras a mi novio!'. El extraño se dio cuenta de que no estaba llegando a ninguna parte conmigo y dejó el asunto de lado, regresando con sus amigos del rincón. 'Alguien acaba de intentar seducirme conversando', le dije a John cuando regresó. '¿Quién fue?'. 'Aquél', dije, señalándolo. '¡Ese es Freddie Mercury!', dijo él, aunque para mí no significaba nada, ni lo más mínimo. Si se hubiera tratado del jefe de personal del Savoy Hotel donde yo trabajaba, habría sido distinto. Pero nunca estuve al día con la música popular. Aunque la tenía en la radio todo el tiempo, no podía distinguir un grupo de otro. Nunca había oído hablar de Queen. John no estaba irritado porque Freddie lo hubiera intentado: por el contrario, se sentía halagado de que un cantante famoso se interesara en su compañero". Tiempo después, otra noche, Freddie intentó seducirlo de nuevo. En esta ocasión Jim aceptó la copa y pasaron la noche juntos. Desde de ese instante nada fue igual, todo cambió. Jim sería la persona que lo acompañaría el resto de su vida y cuidaría de él en sus últimos días. "Una vez le pregunte a Freddie por qué de todas las personas del mundo que podía haber tenido me había elegido a mí. Me miró y me dijo: 'Luchaste por mí, me ganaste'. Las últimas líneas de la canción 'These are the days of our lives' tienen un sentido especial para mí: 'Aquellos fueron los días de nuestras vidas, las cosas malas en la vida fueron pocas. Aquellos días se fueron ahora, pero algo sigue siendo cierto cuando miro y descubro que aún te amo'. Freddie fue el mayor amor de mi vida; sé que nunca volveré a amar así'. Freddie le dejó en herencia a Jim, al cual llamaba cariñosamente "mi marido", 500.000 libras y un terrero en Irlanda para que construyera una casa. En la actualidad Jim es portador del virus del sida y es muy consciente de que puede desarrollar la enfermad en cualquier momento y morir, o vivir durante 50 años más. "No tengo miedo. He de seguir adelante con la ayuda de la fuerza de Freddie. Él fue realmente muy, muy fuerte en la forma en que llevó su enfermedad. Él diría: 'Por favor, sigue adelante con tu vida. La vida es para vivirla'".
Fuente: "Mercury & Me", de Jim Hutton