El cuerpo de Alice Cooper sufrió una severa transformación a los 13 años de edad como resultado de una grave enfermedad que lo dejó marcado para siempre con una impresionante cicatriz en su abdomen y con una deformidad en su columna vertebral, que le obliga desde entonces a caminar encorvado. Así lo recordaba el viejo rockero en su autobiografía "Me, Alice: The Autobiography of Alice Cooper": "Recuerdo que el Cuatro de Julio de 1961, sólo dos meses después de habernos mudado a Phoenix, hubo una gran celebración en la casa de un vecino. Esa noche, cuando me acosté en mi cama, no pude evitar vomitar en mi almohada parte de la lasaña que había comido. Mi madre lo atribuyó a la comida picante que se había servido en la fiesta. Unas horas más tarde comenzó a dolerme el estómago de una manera insoportable pero, poseído por el temor de que me llevarían al médico para ponerme una gran inyección, me quedé callado y sufrí el dolor en silencio. Dos días más tarde comencé a vomitar a cada hora. Para que mi madre no me descubriera, iba sigilosamente al cuarto de baño de la parte trasera del remolque y silenciaba el sonido de las arcadas dejando correr el agua de los grifos. Aquello terminó doliéndome tanto que llegó un momento en el que no podía sostenerme en pie. Finalmente mi madre me encontró tirado en el suelo de mi habitación en medio de un charco de vómito, y en estado de pánico me llevó urgentemente al hospital.
El Día de la Independencia había encontrado una vaca muerta en la reserva india que habíamos visitado, y hurgué en el cadáver con un palo, aunque todo el mundo me había advertido que me mantuviera alejado de ella. Así que los doctores del hospital estaban convencidos de que había cogido la fiebre tifoidea de la vaca y me metieron en la sala de aislamiento para enfermedades infecciosas. Pasaron dos días más, y el número de glóbulos blancos en mi sangre se disparó y perdí mucho peso. Casi 10 días después de enfermar, decidieron abrir mi abdomen y mirar dentro. Mis intestinos estaban llenos de peritonitis. Trataron de mover los intestinos a un lado para encontrar el apéndice, pero mis tripas estaban demasiado infectadas y no lo suficientemente sólidas al tacto. Mi apéndice había estallado una semana antes y ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto, sencillamente me estaba pudriendo por dentro. Me pusieron unos tubos de drenaje, me cosieron de nuevo y le dijeron a mis padres que me iba a morir. Mi padre no podía creer lo que estaba sucediendo y terminó pensando que aquello debía ser como una especie de juicio divino, al más puro estilo de Abraham. Los médicos me bombeaban constantemente morfina y, aunque estaba en un mundo de sueño profundo, constantemente tenía alucinaciones. Llegué a pesar menos de 35 kilos y ni tan siquiera tenía ganas de masturbarme. La recuperación fue larga y tediosa. Pasé un año y medio en la cama viendo la televisión, y eso me provocó una deformidad en la columna vertebral que me obliga a andar encorvado desde entonces. ¡Terminé pareciendo el maldito jorobado de Notre Dame! No puedo ofrecer ninguna explicación de por qué logré sobrevivir, salvo que aquello fue un milagro".
El Día de la Independencia había encontrado una vaca muerta en la reserva india que habíamos visitado, y hurgué en el cadáver con un palo, aunque todo el mundo me había advertido que me mantuviera alejado de ella. Así que los doctores del hospital estaban convencidos de que había cogido la fiebre tifoidea de la vaca y me metieron en la sala de aislamiento para enfermedades infecciosas. Pasaron dos días más, y el número de glóbulos blancos en mi sangre se disparó y perdí mucho peso. Casi 10 días después de enfermar, decidieron abrir mi abdomen y mirar dentro. Mis intestinos estaban llenos de peritonitis. Trataron de mover los intestinos a un lado para encontrar el apéndice, pero mis tripas estaban demasiado infectadas y no lo suficientemente sólidas al tacto. Mi apéndice había estallado una semana antes y ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto, sencillamente me estaba pudriendo por dentro. Me pusieron unos tubos de drenaje, me cosieron de nuevo y le dijeron a mis padres que me iba a morir. Mi padre no podía creer lo que estaba sucediendo y terminó pensando que aquello debía ser como una especie de juicio divino, al más puro estilo de Abraham. Los médicos me bombeaban constantemente morfina y, aunque estaba en un mundo de sueño profundo, constantemente tenía alucinaciones. Llegué a pesar menos de 35 kilos y ni tan siquiera tenía ganas de masturbarme. La recuperación fue larga y tediosa. Pasé un año y medio en la cama viendo la televisión, y eso me provocó una deformidad en la columna vertebral que me obliga a andar encorvado desde entonces. ¡Terminé pareciendo el maldito jorobado de Notre Dame! No puedo ofrecer ninguna explicación de por qué logré sobrevivir, salvo que aquello fue un milagro".