En los 60, Ozzy Osbourne se tatuó en las rodillas dos caras sonrientes para que le hicieran compañía durante su estancia en la cárcel. Como el Príncipe de las Tinieblas, que había entrado en prisión por robar en una tienda de ropa para niños, no soportaba la soledad en la que trascurrían sus días, decidió tatuarse dos caras amigas para tener alguien con quien hablar. Los años pasaron, Ozzy se convirtió en unos de los rockeros más famosos del planeta y su hijo Jack le rindió homenaje haciéndose el mismo tatuaje, comenzando así una tradición familiar que probablemente seguirá a través de próximas generaciones de Osbournes.